Acusan más de un 50 por ciento de desempleo, estudian carreras universitarias para aspirar a ser reponedor de estanterías en una gran superficie o acabar adornando hamburguesas, frente a grasientas cintas transportadoras de comida rápida, en algún restaurante de nombre universal. Son jóvenes, deberían tener energía, pasión, etusiasmo y ganas de cambiar esta puta sociedad que se afana en entretenerlos con mudiales, “grandes hermanos” y redes sociales. Deberían ser los primeros en asaltar las aceras y hacer de las calles un campo de batalla cultural, social y revolucionario, tienen la vida por delante pero el progreso por detrás, cuentan su tiempo en átomos de futuro pero seguirán a los “trentaitantos” contando los días de los subsidios... Conozco jóvenes excepcionales, comprometidos, luchadores, pringados hasta el cuello por la transformación de la génesis que les ha tocado vivir, pero son los menos, la mayoría se siente rebelde haciendo cola día y noche para ver un concierto de Pablo Alborán, que no pasará a la historia precisamente por entonar letras que jaleen las ideas, sino por cantar cancioncitas de un romanticismo tan obvio como las vocales de un párvulo.
Ayer se vivió en Huelva, docenas de jóvenes pasando calor durante horas a pie de calle para estar cerca de este lider de la poesía efímera e intrascendente, ¿harían lo mismo para reivindicar el fin de los recortes de derechos sociales o laborales? ¿pasarían las mismas calamidades para luchar por una educación pública, una sanidad universal o un puesto de trabajo con el que poder costearse las entradas a los conciertos...? No se preocupen, son preguntas retóricas, evidentemente. Será que esa gran masa de juventud no quiere complicarse la vida y prefiere escuchar “y tú, y tú y tú...” antes de aquello de “a galopar hasta enterrarlos en el mar”, pero bueno, tampoco se puede esperar más del señorito Alborán, que elogia a Margaret Tacher y declara que nunca se manifestaría en contra del gobierno. Debe ser que tiene el público que se merece, o viceversa.
La juventud no debería resignarse a hacer colas, ni en las puertas del INEM ni para ver al muchachito de moda, es sencillamente indigno, al menos mientras no sepan canalizar esa misma energía para reventar este jodido mundo e inventarlo de nuevo, esa es la misión de la juventud, no la de alimentarle el ego a ningún niñato con guitarrita y carita de bueno que pronto puede que esté viviendo en Miami y olvidándose de que, en este pais, la gente ya está rebuscando en los contenedores para tener algo que llevarse a la boca.